DestacadasPolítica
Una aventura extra conyugal

Servicios combinados. LD/www.laveganews.net
Sorprendido por lo que acababa de escuchar, de momento no supe qué responder a la propuesta o sondeo que me hacían tres empresarios haitianos de la ciudad de Cabo Haitiano mientras se encontraban en mi despacho. Me habían pedido una audiencia para tratarme un problema de carácter burocrático que hacía retardar mucho la concesión de visado para viajar a nuestro país en asuntos económicos, tanto a ellos como a los de nuestro país.
Tradicionalmente las actividades comerciales de la región de Cabo Haitiano han estado muy ligadas a la región noroeste de nuestro país, con las ciudades de Monte Cristi, Dajabón y otras hasta Santiago.
Dajabón, del lado dominicano y Juana Méndez, del lado haitiano, tienen una interacción económica y social muy interesante. Inmediatamente se impartían las instrucciones a nuestro cónsul en Cabo Haitiano para tomar las medidas necesarias para que no se produjeran retrasos en la expedición de los visados.
Después de haber quedado resuelto su problema, los visitantes se quedaron sentados sin hacer ademanes de despedirse. Tenían otra carta en la manga.
En esos días, el gobierno haitiano era todavía el régimen duvalierista, y había cerrado la frontera. No recuerdo con qué pretexto. Eso ocurría a veces, y se paralizaba el intercambio comercial fronterizo, causando pérdidas, especialmente en Cabo Haitiano.

Vista parcial de la ciudad de puerto Principe, HaitíFUENTE EXTERNA
Uno de mis visitantes sirvió de portavoz. Un propósito, que al parecer estaba latente en el recuerdo de los habitantes de Cabo Haitiano, era independizarse de la hegemonía política que ejercía Puerto Príncipe, y crear un estado independiente en el norte, con Cabo Haitiano como capital.
Antecedente histórico
Ya esto había ocurrido en 1806 a la muerte de Jean-Jacques Dessalines, que gobernaba en Haití, a raíz de la independencia, ocurrida en 1804.
En 1806 cuando Dessalines fue asesinado, Haití se dividió en dos estados, uno al sur, cuya capital era Puerto Príncipe y el otro al norte, con Cabo Haitiano como su capital.
En Puerto Príncipe gobernaba Alexandre Petion, un intelectual que trató de hacer un gobierno aceptablemente democrático. Gobernó hasta el 1818. Le sucedió Jean Pierre Boyer, bien conocido en la historia de la República Dominicana. Boyer gobernó hasta 1843, cuando fue derribado por un golpe de Estado, en el cual, por razones de táctica política participaron dominicanos, entre ellos algunos que pertenecían a La Trinitaria, que fue la organización patriótica fundada por Juan Pablo Duarte para luchar por la independencia de la parte este de la isla Hispaniola.
El reino del norte de Haití, fue creado en 1806 por el general Henri Cristóbal, quien gobernó a título de rey. Ejerció el mando con mano de hierro. En el reino de Cristóbal, Cabo Haitiano cambió el nombre por el de Cabo Henri, que en esa época se convirtió en uno de los más importantes, sino el que más, en el Caribe. La bahía de Cap Henri siempre estaba congestionada por naves que llevaban cargas de exportación de productos agrícolas e industriales de la región.
Durante mucho tiempo más de 200 licorerías del estado de Massachusetts se abastecían gracias a la producción de alcohol de los alambiques haitianos. Por otro lado, el ejército de Cristóbal había llamado la atención del comandante de la flota inglesa en las Antillas, considerándolo una fuerza militar digna de tener en cuenta en los planes estratégicos de Albión en el Caribe, y en el norte de la América del Sur, donde Bolívar combatía contra España para lograr la independencia de la región.
Henri Cristóbal no era haitiano. Había nacido en la isla de San Cristóbal y cuando ésta pasó a poder de los ingleses, se trasladó a la zona de Haití donde los franceses tenían su colonia. En sus actividades en Haití, estaban los negocios de compra y transporte de ganado que se hacía desde la parte española de la isla. En esas negociaciones, Cristóbal se hizo de muchos amigos dominicanos, entre ellos el banilejo Luis Franco de Medina, un apellido que es de raigambre social, política, económica y cultural en nuestro país.
Luis Franco de Medina era un personaje que merece un estudio exhaustivo de su personalidad y sus hechos. Es una figura de fuertes lineamientos. Hay un período de su vida que está en la sombra. Después apareció en Francia, en la era de Napoleón y figura en la guardia personal del emperador. En tal virtud está en el Palacio Real de Varsovia, en Polonia, entre los oficiales que hacían guardia cuando Napoleón tejía su romance con María Waleska. Combatió en Waterloo y volvió a desaparecer. Después reapareció en la corte del rey Luis XVIII. Mientras tanto, Cristóbal, que había abandonado sus negocios de ganado, abrazó la causa militar y política, y a la muerte de Dessalines se levantó en Cabo Haitiano, proclamando la separación de esa región del norte y el noroeste, del que hizo el centro económico y militar más poderoso del Caribe. A tal extremo que Cristóbal acariciaba la idea y hasta la dejó caer, con el desgaire de comprar a los colonos habitantes de la parte este, todos sus derechos, y así sustraer a las ambiciones que mantenían los gobernantes de la región del sur de Haití, gobernado desde Puerto Príncipe por Alexandre Petion.
Esto ocurría en el período llamado de “La España Boba”. Pero la idea no pasó de eso, ideas de Cristóbal que leí en un documento en una biblioteca particular haitiana.
El caso es que en la corte de Francia persistía el recuerdo de la colonia de Saint Domingue que fue la joya de las posesiones francesas en América. En la Corte de Luis XVIII renacía el recuerdo frente al esplendor del reino de Haití del norte gobernado por Cristóbal. Se iniciaron gestiones para atraerlo al redil francés.
En ese propósito participó Luis Franco de Medina, quizás hasta como promotor de la idea notando su antigua amistad con Cristóbal. El rey escuchó las cartas de los sureños y envió dos mensajeros para que hablaran con Cristóbal. Uno de los miembros de la comisión era Luis Franco de Medina. El otro era un noble francés de rango diplomático, cuyo nombre no recuerdo. Cristóbal recibió a los comisionados y escuchó sus propuestas. Inmediatamente ordenó su prisión, dictando una sentencia de muerte contra ellos. Antes de cumplir dispuso que en presencia de los condenados se oficiara una solemne misa de difuntos por el alma de cada uno de ellos, en Cap Henri, que se revistió totalmente de ornamentos fúnebres.
Tan pronto terminó la ceremonia religiosa los reos fueron ejecutados. Franco de Medina, por ser un antiguo amigo del rey, fue fusilado, privilegio que no tuvo el francés a quien le cortaron la cabeza.
Cristóbal gobernó hasta el 1820, cuando se suicidó para no caer vivo en manos de los militares y del pueblo sublevado que ya rondaba su palacio de la Citadelle.
A la muerte de Cristóbal, el reino de Haití se disolvió. Cap Henri volvió a nombrarse Cabo Haitiano, y la región se reunificó con el resto de Haití, bajo la hegemonía política de Puerto Príncipe. De inmediato el esplendor de Cabo Haitiano se apagó y ahora la población duerme y sueña con las glorias y el esplendor del pasado.
Los visitantes
Esa era la nostalgia que traían mis visitantes. Habían llegado a mi despacho movidos por las añoranzas que les producía el recuerdo del esplendor y riqueza de la región y la ciudad de Cabo Haitiano en tiempos del Rey Cristóbal.
Después que les había resuelto el propósito ostensible de su visita, en la conversación que siguió, afloraron las quejas que tenían contra la política que gobernaba desde Puerto Príncipe. Mis visitantes hicieron hincapié que esas quejas, no eran únicamente de ellos, sino la de todos los habitantes del noroeste de Haití. Ya en esa ruta, los visitantes me revelaron sus más íntimos propósitos y esperanzas.
Propósitos y esperanzas que se materializarían cuando la parte norte y noroeste de Haití volviesen a los antiguos límites del reino del norte de Haití, creado por Cristóbal, liberando esa región de la hegemonía de Puerto Príncipe, que no tenía alientos para iniciar las obras de programas que eran necesarias en Cabo Haitiano.
Me dijeron lo que querían hacer con Cabo Haitiano: lo mismo que hicieron los habitantes de la parte este en 1844.
A estos conceptos, o interpretación de los hechos históricos, les recordé que lo que ellos llamaban la parte del este había sido territorio español con su lengua, religión y costumbres a partir del 5 de diciembre de 1492, como era toda la isla. En 1844 los habitantes españoles tuvieron que romper por la fuerza, lo que por la fuerza había hecho Boyer en 1822. Ese hecho no se podía tomar como premisa en lo que ellos pretendían hacer en Cabo Haitiano.
Una vez consumada esta separación, me dijeron los visitantes y, como al desgaire, me dejaron caer la posibilidad de un entendimiento político con la República Dominicana, para lograr una relación más íntima entre ambos pueblos. Algo parecido, aunque no igual, a la relación que tiene Puerto Rico con los Estados Unidos.
Me quedé pasmado. Luego me sobresalté y les dije:
—Parece que ustedes quieren romper su relación con Puerto Príncipe y tener una aventura extramarital con la República Dominicana. ¿No es así?
—No exactamente. Pero un matrimonio mal avenido debe disolverse. Pero no pretendemos una aventura extramarital con la República Dominicana, sino unas relaciones más en serio, aunque no sea un matrimonio por la Iglesia.
—Pero lo más acertado es que ustedes traten de recomponer sus relaciones con Puerto Príncipe, sobre la base de un trato de igual a igual, que bien pudiera ser una especie de neo-federalismo, como si fuera Ottawa y Québec. Con ese salto, Cabo Haitiano, que debe ser siempre haitiano, podría hacer convenios con nuestro país, especialmente en construir una carretera costera desde Puerto Plata y extenderla hasta Mole de San Nicolás, con visos a una relación con Cuba, por vía de un ferry.
Una escisión de Haití no es aceptable para la República Dominicana. Esas fueron mis últimas palabras. No sé si mis visitantes se fueron decepcionados, pero sí muy callados.
Pero el peligro de una escisión política en Haití sigue latente.
Rememoraciones
A la altura de los años que tengo, el pasado lo veo igual que un observador, situado en una torre muy alta, contemplando el paisaje que se extiende hasta el horizonte, que le permite ver, tanto desde su atalaya mucho más lejos, de su observatorio. Todo el pasado se me muestra, sin fisuras, en las secuencias de lo que me ha ocurrido en el fluir de la corriente de mi vida. De ahí que, cuando narro algo cuyas consecuencias, voluntaria o involuntariamente, han gravitado sobre mis acciones posteriormente, lo he hecho sin hacer un corte en el relato.
En las actividades prácticas en nuestras relaciones con Haití hemos corrido reales peligros físicos como nos ocurrió cuando viajaba con el doctor Donald Reid Cabral en un avión que volaba, atrapado por una tormenta, en un corredor formado por dos cordilleras, en el territorio haitiano. Cuando penetramos en la tormenta, hacía media hora que habíamos salido de Puerto Príncipe, cuyo aeropuerto fue cerrado tan pronto levantamos el vuelo. Era en febrero del año 1987. El doctor Reid Cabral ocupaba el cargo de secretario de Estado de Relaciones Exteriores y yo el de subsecretario de Política Exterior. También nos acompañaban algunos periodistas que viajaban en otro avión. Regresábamos de un corto viaje oficial que habíamos hecho a Puerto Príncipe, en interés de actualizar y dinamizar las relaciones entre ambos países y una buena metodología para mayor acción diplomática eficaz en el presente contexto funcionario que dirigen las diplomacias respectivas.
Los resultados de la visita, desde el punto de vista de las buenas relaciones dominico-haitianas habían sido poco halagüeñas. Nos había recibido el presidente Henri Namphy, muy cortés y amable, pero en las conversaciones con otros funcionarios, y aun en el almuerzo oficial que se nos ofreció, se puso de resalto las divergencias que existían entre los puntos de vista de una y otra delegación. Esto impidió que se llegase siquiera al más pequeño acuerdo.
Balaguer le devolvió a Jean Claude US$40 mil que le envió de regalo

Jean Claude Duvalier